sábado, 14 de agosto de 2010

El poder de las expectativas

"Para el profesor Higgins yo seré siempre una florista porque él me trata siempre como a una florista; pero yo sé que para usted puedo ser una señora, porque usted siempre me ha tratado y me seguirá tratando como a una señora."

Obra Pygmalión de G. B. Shaw


Seguro que alguna vez hemos oído hablar del efecto placebo. Guiados por la confianza que inspira la figura del doctor, tomamos una sustancia sin efectos directos sobre la dolencia a tratar y casi por arte de magia, experimentamos una mejoría en nuestro estado, provocada por las expectativas positivas que teníamos sobre los beneficios del tratamiento.

Su equivalente sobre nuestro comportamiento cotidiano es el efecto Pigmalión, en el que lo que otros esperan de nosotros, nos puede llevar a conseguir resultados que en un principio nos parecían poco realizables. Evidentemente, este efecto también tiene su vertiente negativa, ya las expectativas y creencias que proyectamos sobre los demás pueden afectar su conducta en detrimento de sus facultades y potencialidades.

Es conocido el experimento que se realizó a finales de la década de los sesenta en una escuela de primaria y que consistió en indicar a un grupo de profesores, que había algunos alumnos dentro de clase a los que se les había detectado muy buenos resultados en un test que valoraba sus capacidades intelectuales. A los profesores se les informó de quiénes tenían estas capacidades por encima de la media y al finalizar el curso se comprobó que en efecto, los resultados de estos chicos, habían sido mucho mejores que los del resto de la clase. Pero curiosamente este test nunca se realizó y el grupo de alumnos “especiales” había sido elegido al azar.

En efecto, las expectativas que los profesores habían depositado y proyectaban sobre el grupo de alumnos, facilitó que el comportamiento de los mismos se orientara en el sentido de satisfacer las expectativas puestas sobre ellos y del mismo modo los profesores también les dedicaron una especial atención.

Merece la pena pues, tratar a los demás no como lo que son, sino como lo que pueden llegar a ser, para que se conviertan en eso que pueden llegar a ser.

jueves, 12 de agosto de 2010

El mal holandés

En contra de lo que te pueda parecer, el mal holandés no consiste en perder tres veces la final de un mundial de fútbol. No es eso.

Así es como se denomina a la dependencia y las consecuencias que se derivan de que un país dependa excesivamente de los ingresos obtenidos a partir de las exportaciones de un determinado producto, y cómo éstas influyen negativamente en la competitividad del resto de su sector exterior.

Se le dio este nombre a partir del descubrimiento y la explotación de yacimientos de gas natural en el mar del norte por parte de Holanda a comienzos de la década de los setenta. El incremento notable de las exportaciones de este recurso natural, revalorizó la moneda holandesa y con ello perjudicó la competitividad del resto del sector exportador, que ahora era comparativamente más caro que sus competidores. Es decir, el beneficio de un sector de la economía, se tradujo en un dolor de cabeza para el resto de bienes y servicios exportados, así como en sus niveles de actividad y empleo.

En un escenario como este, aumentan las importaciones del país (que ahora resultan más baratas) y se encarecen sus exportaciones (que resultan más caras como consecuencia de la apreciación de la moneda) con el riesgo de contracción económica que esto puede suponer.

Muchos países que están intentando salir de la pobreza se encuentran en esta situación. Tienen la suerte de disponer de recursos naturales abundantes (petróleo, gas, diamantes, yacimientos de minerales...) que perjudican a otros sectores de la economía en lo que a exportaciones se refiere. Si a esto unimos que los mercados interiores no tienen el tamaño suficiente para servir de contrapunto en la balanza, el resultado final es fácil de adivinar. Además, en muchos casos aumentos importantes de los niveles de ayuda exterior pueden ser germen del “mal holandés” al acabar de forma artificial con la competitividad de su sector exterior, por lo que el problema se puede agravar.

¿Dejarlo para luego?

¿Por qué dejar para luego...

decir a alguien que le quieres,
sonreir,
empezar ese libro aparcado que tienes pendiente,
salir a dar un paseo,
disfrutar de un rato de silencio,
comenzar a hacer deporte,
mejorar tu alimentación,
dar las gracias,
apasionarte con lo que haces,
pensar en lo que te hace feliz,
conocerte un poco mejor,
empezar a actuar..?

Seguro que amplías la lista anterior con un montón de cosas que son importantes para ti.

¿Las vas a dejar para otro momento?


miércoles, 11 de agosto de 2010

Un poco más sobre las anclas

En el post anterior (hace demasiados días que no escribo nada) establecía una analogía entre el efecto anclaje y nuestras creencias limitantes.

En muchas ocasiones nos vemos agarrados por ideas preconcebidas que nos sujetan e impiden el desarrollo de todo nuestro potencial. Estoy comenzando a leer estos días de vacaciones, el libro de Matteo Motterlini “Trampas Mentales”, que en su primer capítulo habla del anclaje. Al final del mismo, sugiere que antes de tomar una decisión, tendríamos que intentar corregir el efecto que las anclas ejercen sobre nosotros ignorándolas o respondiendo a un ancla con otra igual de extrema pero de sentido contrario.

Como rápidamente se apresura a escribir esto es muy difícil, ya que muchas de nuestras decisiones las tomamos de manera automática y poco reflexiva y no queremos perder demasiado tiempo con ellas, y otras veces porque estas anclas están tan arraigadas en nosotros que simplemente pasan desapercibidas.

Pero merece la pena combatir nuestro ramillete de creencias limitantes y dedicar un tiempo a buscar cualidades dentro de nosotros que nos permitan levar anclas y no renunciar a aquello que deseamos.

lunes, 2 de agosto de 2010

Anclas

¿Crees que la población de Turquía supera los 5 millones de habitantes? ¿Puedes estimar su población?

Ahora repetiré la pregunta de otro modo: ¿crees que la población de Turquía supera los 65 millones de habitantes? ¿Puedes estimar su población?

Es curioso, pero las respuestas que se obtienen a la misma pregunta, formuladas con un valor numérico de referencia diferente, obtienen resultados dispares.

Este sencillo experimento se realizó por parte de Tversky y Kahneman a dos grupos y en el primer caso, la estimación de población estaba en torno a los 16 millones, mientras que en el segundo de los casos, la población se estimó en 35 millones.

A este fenómeno se le denomina anclaje, y como puedes ver, consiste en que al estimar un valor desconocido, éste se verá influenciado por cualquier número que tengamos en mente, por muy arbitrario que sea, y que ejercerá sobre nosotros una especial atracción.

En otro post, ya hablé del efecto de las creencias limitantes, y como introduciendo costes de oportunidad podíamos incentivarnos para superarlas.

Pues bien, en relación con esto, los abanicos de creencias limitantes actúan sobre nosotros como un ancla, aunque en este caso no nominal, pero si llevándonos hacia la inacción, el conservadurismo y la derrota por el miedo.

Cuando un barco parte para iniciar una ruta, un nuevo viaje hacia un destino conocido o ignoto, no tiene más remedio que levar anclas. ¿Y tú? ¿Quieres seguir tu viaje anclado a tus creencias limitantes, o prefieres levarlas y aumentar tu velocidad de crucero?