Dos artículos sirven como ejemplo para poner de manifiesto cómo a veces un objetivo claro como la reducción del déficit público puede tener un camino que a mi me parece del todo equivocado.
En el primero de ellos, César Molinas pone de manifiesto la incongruencia que supone no parar de llenarnos la boca con el cambio de modelo económico que necesita nuestro país, y acabar reduciendo un 25% (35% acumulado en los últimos tres años) el gasto en investigación y desarrollo. Cuando la clave para que este cambio de modelo se produzca pasa por el desarrollo del capital humano, parece que una vez más vamos por el camino equivocado.
El segundo, además de incidir en lo anterior, también señala el error que supone reducir en un 34% la partida destinada a formación profesional para el empleo, lo que contribuye a acrecentar las diferencias con el resto de países de nuestro entorno y lo que es peor, a perjudicar claramente a aquellos desempleados que más necesidad de reciclaje y formación tienen.
Ajustar el gasto a la situación real de nuestras finanzas es necesario, pero hacerlo a costa de factores que inciden directamente en nuestra competitividad futura y en nuestro capital humano es un claro error que nos aleja más de la senda de un nuevo modelo de crecimiento y que nos encasilla más en lo que de momento no hemos dejado de ser.
En fin, sostenerla y no enmendarla.